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Antonio García Jr.
Periodista y fotógrafo
"Ay mi Dios, quién lo lleva el viernes, tenemos que trabajar. Bueno, dile al abuelo, nosotros podemos el sábado, pero eso sí, que no falte por favor, además nos toca llevar el agua y vasos. Lo importante es que ganemos".
"Hola, muy buenas tardes señor. Aquí vengo con mi hijo a ver si lo puedo inscribir en la escuelita de pelota". Palabras más, palabras menos son pronunciadas por cientos de madres y padres que se acercan a los humildes campos de béisbol que hay en la ciudad, donde la familia Criollitos de Venezuela crece y reproduce.
- Señora, qué edad tiene su pequeño, dice el entrenador.
- Bueno, él tiene cuatro añitos, le cuento que a él le encanta jugar pelota, es buenísimo, dice la madre orgullosa y ansiosa de que su hijo entre a la escuela de béisbol.
Hay muchos que corren con suerte y son aceptados en el primer campo que pisan; otros se retiran desilusionados ante la falta de cupos. El deseo de que su chamín comience a batear, correr y hacer sus primeras atrapadas sensacionales pueden más y el recorrido continúa.
Cuando alguna célula de la organización Criollitos de Venezuela acepta al niño, la alegría es desbordante en toda la casa de ese retoño beisbolista. Su familia entra en una sensación indescriptible; esa madre o padre se convierten en los primeros aficionados y orientan sus esfuerzos para que el equipo donde jugará el pequeño de la casa sea el mejor, desde la logística hasta en uniformes.
"Este lunes hay reunión", se escucha decir en los pasillos del estadio. Dos días después notifican que habrá juegos el viernes y sábado próximos. "Ay mi Dios, quién lo lleva el viernes, tenemos que trabajar. Bueno, dile al abuelo o abuela, nosotros podemos el sábado, pero eso sí, que no falte por favor, además nos toca llevar el agua y vasos. Lo importante es que ganemos", expresa la madre del jugador.
Estas y otras vicisitudes forman parte de la rutina de los representantes de los cientos de miles de jovencitos que desde pre pre y hasta juvenil, se fraguan un camino como ciudadanos y deportistas, jugando a la pelota Caribe.
"¿A quién le toca comida para este juego? Somos home club (dueños del campo) y hay que comprar la cal para marcar el terreno, acuérdense del anotador y el árbitro, debemos estar una hora antes para calentar, que no se olviden los tambores, los pitos y las que no se sepan las canciones. Se les entregó una chuleta, debemos apoyar a los muchachos en todo momento", dice con voz atropellada la mujer que encabeza la legión de fanes.
Este es el dialecto en cada escenario de béisbol menor, tanto en las tardes de práctica como en los juegos donde el alboroto es mayor y la adrenalina estremece las gradas.
El aporte humano, logístico y económico que hacen las madres y los padres de los niños alargan la vida de una institución como Criollitos de Venezuela, cuyo enjambre social modela a un importante grupo de muchachos guayaneses.