Ago 23, 2015 0
Hace pocos días, cuando me trasladaba en un autobús que cubre la ruta El Junquito-Catia, subió a la unidad un caballero que se identificó como cristiano evangélico. Elevó una oración pidiendo que las palabras que iba a pronunciar fueran mensaje de Dios y no de hombre, acto seguido espetó toda clase de juicios, descalificaciones y condenas contra lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, etc. Antes de bajar se identificó como miembro de una de las iglesias evangélicas de Catia. La campaña de descrédito contra quienes tienen una orientación sexual distinta a la aceptada por los patrones sociales machistas y patriarcales, nada tiene de bíblico ni de cristiano; por lo contrario, contradicen el mensaje de amor, inclusión, reconciliación y perdón que predicó el carpintero de Nazaret. En el pasado, la comunidad evangélica sufrió discriminación y exclusión por causa de sus ideas religiosas distintas a las tradicionales. Esta situación ha cambiado, ese sector social ha madurado y sus organizaciones gozan del respeto de la comunidad y de las instituciones del Estado. Pero, frente al delicado problema de las opciones sexodiversas, resulta patético el resurgimiento de tanto fanatismo oscurantista. Quizás es hora de que la dirigencia religiosa se plantée con honestidad algunas preguntas, como las siguientes: ¿Estamos orientando correctamente a nuestras comunidades para abordar con una actitud madura el difícil problema de las orientaciones sexuales diversas? ¿Corremos el riesgo, en nombre de la fe, de estar atizando la campaña de odio, discriminación y homofobia que por años ha sufrido la comunidad sexodiversa? No es suficiente con hacer arrogantes llamados al arrepentimiento a los miembros de la comunidad Lgbti, como quien se cree con el derecho a lanzar la primera piedra. No es suficiente con declarar que no se es homofóbico, hay que probarlo.
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