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Tenían los cuentos de los ancianos, agregaron imaginación y el arte de sus manos y de la mezcla surgieron los rostros de los espantos, que desde la noche del viernes hasta el amanecer de este sábado poblaron las calles de Masaya.
La bruja, los duendes y el Cadejos, un perro endemoniado que arrastra cadenas y asusta en los caminos, forman parte del desfile de personajes que anima las fiestas tradicionales de esta población nicaragüense, ubicada 30 km al sureste de Managua.
Las angostas calles de esta ciudad fueron tomadas la noche del viernes por los personajes de los mitos y leyendas, que deambulaban con velas en sus manos iluminando sus tétricas figuras, y se mezclaron con la población que llegó de distintos lugares del país, así como con turistas que gustan apreciar este espectáculo del folclor nicaragüense.
Julio Méndez, un artesano del barrio indígena de Monimbó, en Masaya, y los trabajadores de su taller, son unos de los artífices de las máscaras que protagonizaron el tradicional desfile de los Agüizotes.
"A las máscaras les damos forma con papel, almidón (pegamento) y pintura para darles apariencia", dijo Méndez a la AFP.
"Mis viejitos (padres) contaban que anteriormente las calles eran tan oscuras que daban miedo, que salía una carreta cargada de muertos y el curioso que se asomaba al paso le dejaban una candela que luego se convertía en hueso y era señal que pasarían por él la siguiente noche", explica Méndez.
En Monimbó aún son famosos los cuentos como éstos, en los que se mezclan personajes de una mitología más universal (brujas, duendes, demonios) con los propios de los pueblos aborígenes nicaragüenses.
En el taller de Julio trabajan miembros de su familia, entre ellos su hija Fermina, que se dedica de manera concentrada a retocar la máscara de un diablo mientras escucha el relato de su padre.
Son máscaras de figuras grotescas que sus portadores combinan con cotonas negras o blancas, según sea el personaje, y que también son elaboradas por el taller de Méndez.
- Cultura popular y negocio -
Este artesano de facciones marcadamente indígenas asegura que la elaboración de un disfraz completo tiene un costo de más de 30 dólares, dinero que los participantes en el desfile reúnen con alguna anticipación para poder comprarlo.
En Monimbo hay otro taller de máscaras, del artesano Guillermo Espinosa, quien comenzó este negocio hace 25 años y que emplea a toda la familia.
El proceso de elaboración es totalmente artesanal y algo distinto al de Méndez: aunque también se utiliza papel, éste se moja primero y se pasa por una molienda para hacer una pasta, detalla Espinosa.
Luego, la pasta se mezcla con pegamento y se coloca en moldes que ya tienen definidas las figuras que se desea recrear.
En este taller llamado "Los Diablos", el proceso de confección de máscaras comienza en enero para poder dar abasto a la demanda que en octubre llega a entre 800 y 1.000 unidades.
De una pared cuelga una máscara de un demonio con enormes cuernos, mirada penetrante y boca desdentada. "Estos son las preferidas de los clientes", asegura Espinosa.
Pero también tienen alta demanda las máscaras de otros personajes de miedo, más autóctonos, como la Llorona, la Locuana, la chancha bruja y la taconuda, entre otros.
La fama de estos artesanas ya ha trascendido las fronteras y llegan clientes de México que piden elaborar máscaras de la "muerte quirina", una de las más famosas del folclore de ese país, contó Espinosa.
La influencia del Halloween estadounidense ha intentado llegar a la fiesta de los Agüizotes, introduciendo personajes de la tradición foránea, pero con poco éxito.
"El Halloween no nos mete la mano, éstas son nuestras tradiciones y nuestra cultura", apuntó Espinosa.