En historia, al siglo XX se lo suele conocer como “siglo de la aceleración del tiempo”. A lo mejor no encontrarán esas palabras exactas si abren un libro de texto o consultan un manual de historia contemporánea, pero les puedo asegurar que encontrarán algo similar, al igual que será raro el libro de texto en el que al siglo XIX no se lo conozca como el “siglo de las revoluciones”. Volviendo al siglo XX, esto es normal, puesto que asistimos a multitud de acontecimientos, eventos y evoluciones tecnológicas que hacen que la primera década del siglo no tenga nada que ver con la última: el automóvil, la radio, la televisión, las imprentas modernas, los aviones, los videojuegos, los ordenadores y, en última instancia, internet.

Internet, de hecho, supuso un impacto tan radical en la vida del ser humano y en las telecomunicaciones en general, que muchos insisten en verlo como un símbolo del fin de la etapa contemporánea y el comienzo de una nueva, una que podría llamarse perfectamente “era cibernética”. Cuando uno reflexiona un poco sobre ese asunto y piensa, por ejemplo, en lo fácil que es ahora acceder a la cultura descargando música que de otro modo sería difícil adquirir o, mejor aún, descargando vídeos que no solo son películas o documentales, sino otras cosas, se da cuenta de que, sí, es cierto: internet nos ha cambiado a todos la vida. ¿No parece el mundo un poco más pequeño ahora que lo tenemos a un click del ratón del ordenador?

El asunto de las descargas ha traído consigo un nuevo adelanto tecnológico acelerado, otro de tantos: el del almacenamiento de archivos en la nube. Porque, de nuevo gracias a internet, el concepto de “almacenamiento” no tiene por qué ser físico y puede referirse, perfectamente, a una red prácticamente ilimitada en la que se almacenan datos. A lo mejor no estoy sabiendo explicarme bien, pero para eso están páginas web con más información como https://www.privadocs.com/. Privadocs, al igual que el servicio que ofrece OneDrive, es un ejemplo de todos los avances de los que hablo.