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Una vez leí que Stanley Kubrick afirmaba que de un libro malo era más probable hacer una película realmente buena. Cuentan que le sucedió cuando adapto "El Resplandor" de Stephen King, quien nunca estuvo de acuerdo con la versión fílmica realizada por Kubrick. Hablemos de dos novelas en habla hispana, llevadas al cine con la venia de sus respectivos autores.
La mujer de mi hermano de Jaime Bayly, no es lo mejor del escritor peruano, sin embargo, podríamos decir que el libro, es tan entretenido como su par cinematográfico.
En la versión fílmica influye muchísimo la puesta en escena (los decorados, los ambientes, los actores: todo bellísimo), en el libro la prosa divertida e irónica de Jaime Bayly, quien también escribió el guión del film.
Por algo dicen que toda historia ya ha sido contada y Jaime Bayly no tuvo que inventar mucho para darle vida a su relato. Bárbara Mori (Zoe) es Madame Bovary, Christian Meier (Ignacio) su aburrido y aletargado esposo: Charles Bovary. Claro que, en la historia de Flaubert no existe Manolo Cardona, al menos no del mismo modo que en la novela de Bayly. Tampoco el escritor francés tenía en la cabeza una historia sobre doble moral, gays en el closet, abusos y engaños entre hermanos.
Sin embargo, el aburrimiento, la monotonía en el matrimonio, las dificultades en las relaciones de pareja son parte del argumento que Bayly utiliza para echar su cuento: una mujer romántica y aburrida, atrapada en un matrimonio indiferente.
Para quien lee el libro y ve luego la película el choque no es tan garrafal, Bárbara Mori es una Zoe exacta a la que describe Bayly en las más de doscientas páginas de su novela. Meier y Cardona son dos actores efectivos que ya se han desenvuelto muy bien en el cine (No se lo digas a nadie y Rosario Tijeras respectivamente).
La hipocresía, las apariencias, los secretos y la moral conservadora cuestionada son algunos de los temas favoritos de Jaime Bayly, y este film no es la excepción. El final muestra la complejidad de los deseos y apetencias humanas.
Tener prejuicios es la cosa más estúpida del mundo, gracias a nuestros prejuicios dejamos de notar mucho de aquello que podría interesarnos o gustarnos, solo porque "creemos" que no será así. Y allí es donde viene el error ¿Cómo saber que no nos gustará lo que no hemos experimentado?
Por prejuicios casi dejo de ver "Arráncame la vida" película basada en la novela homónima de Ángeles Mastreta. Oí decir que era cursi, yo misma pensé que se trataba de una "historia para mujeres", que peyorativo y digno de la mayor misoginia agravada (porque soy mujer) pero afortunadamente estaba equivocada, este fin de semana aciago "Arráncame la vida" fue mi buena suerte, gracias a Mastreta o quizás mucho más a Ana Claudia Talancón.
Nunca quise ver "Como Agua para Chocolate" por el mismo prejuicio que hace que casi me pierda "Arráncame la vida", esa cosa costumbrista mexicana que más parece "Cien años de Soledad" o "Pedro Paramo" en un hibrido extraño nunca me llamo la atención, pero las buenas historias no tienen peros si son "buenas historias", las buenas historias te arrastran, te hacen pensar o (te hacen dejar de pensar) para aproximarte a su paisaje, para arrastrarte a su atmósfera.
En ‘ Arráncame… ’ Catalina Guzmán, la protagonista, es uno de esos personajes femeninos que pueden con todo, sufren, lloran, viven innumerables aventuras, son femeninas hasta el hartazgo, pero a la vez son "tan inteligentes como un hombre", cosa que es un mérito en la época en que se desarrolla el film cuando el "rol" femenino estaba enclaustrado en los dogmas que ya conocemos (principios del siglo pasado, época de obediencia y represión).
La película es una mirada a la vida de este personaje, contada por ella misma, donde lo interesante no es lo que le pasa, si no el modo en que el film lo recrea y en esto tiene mucho que ver la actuación de Ana Claudia Talancón, quien demuestra que tiene recursos para crear a un personaje carismático, no una víctima, si no una mujer presa de sus propias decisiones. Y es allí donde se rompe el esquema de lo que creí que "Arráncame la vida" era, pues está muy lejos de ser un melodrama edulcorado, donde la mujer dócil se queja de su suerte o la padece sin más, mientras espera que algún príncipe la rescate. En el film, Catalina, si no encuentra al príncipe o se deja someter, la única responsable es ella misma.
Escena memorable: la última, claro homenaje al personaje de Lo que el viento se llevo: Scarlett O’ Hara.
Colaborador de Correo Cultural de Conarte