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En la medida en que Hitchens ha adelantado la recopilación de evidencias contra Kissinger, hay disponibles algunas jurisdicciones que lo quieren llamar a juicio. De todas maneras, hay el precedente del Tribunal de Nuremberg,
29 de julio de 2001
KISSINGER, CRIMINAL DE GUERRA
Un sector democrático de intelectuales y juristas norteamericanos, encabezados por Christopher Hitchens, se propuso reunir la documentación necesaria para de llevarlo a juicio ante la Corte Internacional. Curiosamente, al ex secretario de Estado de Estados Unidos, Henry Kissinger, por crímenes de guerra que se cometieron con su conocimiento, participación y dirección, iguales en propósito y participación directa a los asesinatos que cometieron los agentes de Pinochet, el primer ex jefe de Estado incriminado y detenido por estos crímenes. Kissinger ocuparía los mismos estrados que su cómplice.
Hitchens, es el autor de los dos artículos sobre este tema que publicó la revista Harpers ese año. Ha sido editor de esa misma revista, autor de varios libros y columnista de publicaciones norteamericanas muy leidas. Hitchens empezó por advertir que era opositor político de Kissinger y que en el trabajo de acumulación pruebas para llevarlo a juicio tuvo que desechar montones de materiales válidos pero agresivos contra el enjuiciado porque se desvíaban de su objetivo: reunir elementos, hechos, pruebas sobre los crímenes de guerra de Kissinger contra la humanidad, por violacion de leyes internacionales, incluidas conspiraciones para cometer asesinatos, secuestros y torturas.
No obstante lo anterior, Hitchens, mencionór el reclutamiento y traición que les hizo Kissinger a los kurdos irakíes, a quienes con falsedades indujo a levantarse contra Saddam Hussein entre 1972 y 1975, y a los que luego abandonó para que fueran exterminados en las montañas, cuando Hussein llegó a un acuerdo con el Sha de Irán. El informe del congresista Otis Pike sobre el tema todavía produce indignación y muestra la desvergonzada indiferencia del ex secretario frente a la vida y los derechos humanos. Entiende Hitchens que esto es parte de la depravada realpolitik que en sí no alcanza a violar ninguna ley escrita conocida. Del mismo tipo fue la participación de Kissinger en el encubrimiento político, militar y diplomático de las atrocidades del Apartheid en Suráfrica, que implicaron a los norteamericanos en acciones moralmente repulsivas, incluidas las consecuencias que estas tuvieron en la desestabilización de Angola.
Del mismo corte fueron las acciones que Kissinger patrocinó desde la presidencia de la Comisión Presidencial para Centroamérica, a comienzos de la década de 1980, dirigida por Oliver North, con la cual se encubrieron las actividades de los escuadrones de la muerte en el istmo. Eso sin hablar de la protección que Kissinger le dio a la dinastía de los Pahlavi de Irán y su máquinaria de tortura y represión. Hay a otras cosas parecidas a estas, pero Hitchens prefiere restringirse a los crímenes identificables, que se pueden y deben incluir en una denuncia, así se hayan cometido en línea con "políticas generales" o no. Estos son: deliberados asesinatos masivos de población civil en Indochina, el soborno personal y el planeamiento del asesinato de un oficial de alta graduación de un país democrático Chile con el que EE.UU. no estaba en guerra. Luego se refiere a que estas prácticas criminales de Kissinger se extendieron a Bengala (Bangladesh), Chipre, Timor Oriental e incluso Washington.
Son comprensibles los esfuerzos que ha hecho Kissinger para amparar con el secreto los documentos que lo incriminan, porque él sí tiene claro que "la inmunidad soberana" para los crímenes de Estado dejó de existir en el mundo en el momento mismo en que el dictamen de la Cámara de los Lores de Inglaterra se pronunció en contra, precisamente de su cómplice, el general Augusto Pinochet, a lo que debe agregarse el espléndido activismo del juez español Baltasar Garzón y los veredictos del Tribunal de La Haya, que destruyeron el manto protector en que se amparaban criminales que alegaban razones de Estado.
En la medida en que Hitchens ha adelantado la recopilación de evidencias contra Kissinger, hay disponibles algunas jurisdicciones que lo quieren llamar a juicio. De todas maneras, hay el precedente del Tribunal de Nuremberg, al que EE.UU. solemnemente prometió someterse. En este momento, dentro de la comunidad internacional ha hecho carreraxxxx el concepto de que no hay ningún ser humano, por poderoso que sea, que esté por encima de la ley. Un segundo principio es que los juicios por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad no puedan estar únicamente reservados para los perdedores, o para pequeños déspotas en países emergentes.
Por otra parte, muchos, si no todos los socios políticos de Kissinger, desde Grecia hasta Chile, Argentina e Indonesia, están siendo enjuiciados o presos . Su solitaria impunidad ofende; su mal olor se eleva al cielo. Si se permite que persista, habrá que, con toda la verguenza del caso, justificar al antiguo filósofo Anacarsis, quien sostenía que la ley es como una telaraña suficientemente fuerte solo para detener a los débiles y demasiado frágil para contener a los fuertes . O como diría el ingenio colombiano, la justicia es solo para los de ruana. En nombre de las innumerables víctimas, conocidas y desconocidas, es hora de que se sienta el peso de la justicia.
Ahora, Kissinger no la tiene todas consigo, ni siquiera puede abrir el periódico con la tranquilidad de un cualquiera; cada escándalo en un país remoto, cada documento que sale a la luz sobre crímenes de guerra o sobre los delitos que contra la humanidad cometidos por algunos de sus ex aliados, de los que él sí sabe y conoce las consecuencias, le causan malestar.
Contra Vietnam.
En 1968, Richard Nixon y sus allegados se propusieron sabotear las negociaciones de paz que se llevaban a cabo en París con Vietnam. El medio para lograrlo fue sencillo: en privado les aseguraron a los mandos militares de Vietnam del Sur, que un gobierno republicano les ofrecería mejores condiciones que los demócratas. Con eso lograron parar las conversaciones y dejar sin base la estrategia electoral de paz del vicepresidente Hubert Humprey. La manobra funcionó, hasta el punto que la Junta Militar se retiró de las conversaciones tres días antes de las elecciones. Pero el cruel resultado de semejante jugada, fue que después el plan dejó de funcionar, cuatro años más tarde, y la administración Nixon terminó la guerra en los mismos términos que se habían acordado en París. Lo que no se ha dicho, ni discutido en todo este tiempo, es que a lo largo de esos cuatro años de innecesaria prolongación del conflicto, con la muerte de 20.763 marines; 109.230 survietnamitas y 496.260 norvietnamitas y un número incalculable de camboyanos y laosianos.
El impacto de esos cuatro años en la sociedad vietnamita, y en la norteamericana es inmenso. El principal beneficiario de esa acción encubierta, y de la consecuente carnicería, fue Henry Kissinger, quien ya para entonces trabajaba para Nixon. Esta acción consciente, premeditada, es un crimen de guerra independientemente de los adjetivos que utilicemos para calificarla. Los bombardeos, la confrontación, las desapariciones de presos, no tenían apenas razones militares, sino puramente políticas: una demostración de fuerza para los extremistas del Congreso como mecanismo para poner a los demócratas a la defensiva. Y en segundo término para ablandar a los líderes survietnamitas a quienes el mismo Kissinger ya había endurecido antes de las elecciones para que aceptaran las razones del retiro de los norteamericanos. Conviene recordar que en estos cuatro años se lanzaron ofensivas arrasadoras a lo largo del delta del río Mekong, de tal magnitud que en un solo mes se contaron más 5.000 enemigos muertos. Uno de los problemas fue demostrar que eran enemigos, porque el conteo de cadáveres, que durante el lapso de un año fue de 11 mil, no tenía relación alguna con el número de armas incautadas, apenas 748. Se debe advertir que los vietcong siempre andaban bien armados. Lo que no deja sino una conclusión: la mayoría eran civiles, no combatientes.
Contra Chile.
Hay una frase famosa de Kissinger, que retrata perfectamente su desprecio por la democracia. Según él, "no hay razón para permitir que un país se convierta al comunismo debido a la irresponsabilidad de su propia gente". Ese país era Chile, por entonces con la justificada reputación de ser la democracia de mayor desarrollo de la pluralidad partidista del hemisferio sur de América. Este pluralismo significaba, en los años de la guerra fría, un electorado que votaba un tercio conservador, un tercio socialista y comunista y un tercio socialdemócrata y centrista. Así las cosas, era relativamente fácil mantener a los elementos marxistas marginados del manejo del gobierno, y mucho más desde 1962 cuando la CIA como en Italia y otras naciones parecidas se había contentado con fondear a aliados de confianza. Pero como, en septiembre de 1970, el candidato de la izquierda obtuvo una votación plural de 36, 2% en las presidenciales y creó divisiones en la derecha y adhesiones de pequeños grupos radicales y de partidos cristianos, se creó la certeza moral de que el congreso chileno, en el interregno de 60 días, confirmaría a Salvador Allende como presidente. Pero el solo nombre de Allende era anatema para la derecha chilena, lo mismo que para algunas corporaciones (especialmente ITT, Pepsi Cola y el Chase Manhattan Bank) que hacían negocios en Chile, y para la CIA.
Nixon, Kissinger, la CIA y otras personalidades tenían claro lo que debían hacer. Impedir que Allende pudiera asumir el poder. No se correrían riesgos, no se involucraría la embajada, pero había que asignar millones de dólares y los mejores hombres para lograrlo. Había que desestabilizar la economía; el plan debía estar en ejecución en 48 horas. Una estrategia de desestabilización, secuestros y asesinatos se puso en marcha para provocar un golpe militar. Pero se presentó un obstáculo, los militares chilenos se diferenciaban de sus vecinos en que no intervenían en política. El general René Schneider no estaba de acuerdo con el golpe. El 18 de septiembre de 1970, el Comité de los Cuarenta grupo que presidía Kissinger decidió eliminarlo. Todo esto está debidamente documentado.
Se planea un golpe terrorista en Chile sin el conocimiento ni la autorización del Congreso pero con el apoyo de Washington. El propio embajador de EE.UU. en Chile, Edward Korry, rindió testimonio en el que dijo que la embajada no tenía nada que ver con el grupo Patria y Libertad y recomendaba a sus superiores no hacerlo aunque pronto cambió de opinión, cuando supo que a su agregado militar le habían dado la orden de tratar con los ultras, sin que el embajador se enterara. El resultado final se conoce. No se pudo impedir la llegada de Allende a la Presidencia de Chile. Los grupos que lo intentaron no tuvieron éxito, algunos de los implicados fueron a la cárcel. Se conocen los fondos de dinero destinados a recompensar a los golpistas y a los asesinos de Schneider en Washington. Hay comunicaciones entre estos agentes y el grupo que presidía Kissinger, hay documentos pormenorizados del proceso.
Hitchens, autor del artículo, el 20 de diciembre del 2000 llamó a Kissinger para pedirle una cita y discutir con él los puntos específicos de su interés; incluso, ofreció pagarle por su tiempo lo que él cobraba por sus conferencias. Kissinger dijo no. Pero, según Hitgens, independientemente de la atención que el ex secretario general de Estado norteamericano preste a estas peticioneds, lo que afirma el autor son hechos incontrovertibles: la desgracia que por su cuenta arregló el tema de los vietnamitas; la subversión ilegal que promovió contra la democracia chilena ahí están y dieron la pauta de su gestión en el cargo, sin mencionar los otros.
Para terminar, Kissinger fue el autor y ejecutor de la política de EE.UU. contra Salvador Allende desde el mismo momento en que se confirmó su candidatura a presidente. Aparte de las medidas económicas contra ese país, se idearon recortes a los programas de ayuda e inversión y se estrecharon las relaciones con los militares opuestos a ese gobierno en los países vecinos (Videla en Argentina, Stroesner en Paraguay, entre otros) y se ordenaron una serie de actos para fomentar la oposición dentro del mismo Chile. Es más, esta oposición se enmarcó dentro de la Operación Cóndor, en la que estuvieron aliados todos regímenes militares del Cono Sur que se oponían al gobierno de Allende, que fue derrocado el 11 de septiembre de 1973, precisamente cuando Kissinger gestionaba su confirmación como Secretario de Estado y declaró al Senado de EE.UU., falsamente, que el gobierno de su país no había tomado parte en el golpe, cuando hay documentos que prueban precisamente lo contrario porque se trata de sumas de dinero, apoyo logístico, armas suministradas por empresas de EE.UU., en princiopio a espaldas del embajador de ese país en Chile. Fue una desestabilización bien esztudiada y ulterior derrocamiento de un gobierno legítimo, con muerte del presidente.
Por estos crímenes Stroesner fue depuesto, Videla está en prisión, Pinochet fue llevado a juicio y enfrenta cargos en su país. Y Kissinger? No puede alegar que él no sabía, porque ya se permitió acceso a documentos que prueban su participación directa y está claro que ante cualquier legislación, de cualquier país y ante los tribunales internacionales, es responsable y debe acudir a explicar su conducta.
En el memorial de Christopher Hitchens hay un capítulo igualmente interesante, minucioso, extenso, sobre la participación, ilegal, de Kissinger en los asuntos internos de Chipre y en el apoyo a los enemigos del presidente-arzobispo Makarios; en las matanzas de Bangladesh y en más de una actuación de los servicios secretos de E.U. contra sus críticos dentro de los propios E.U.
Kissinger recuerda Hitchens fue con Ford a Indonesia, en visita oficial y al día siguiente este país invadió a Timor, agresión que dejó 200 mil muertos; hay pruebas y algunas declaraciones de funcionarios de EE.UU. que señalan que este país no podía ser indiferente a los planes de su aliado y que apoyó a Indonesia en esa agresión.
Existen numerosas iniciativas que persiguen conseguir su procesamiento ante instancias judiciales internacionales
Acusado de criminal de guerra y laureado con un controvertido Premio Nobel de la Paz en 1973, Henry Kissinger sirvió a varias administraciones norteamericanas, desde Kennedy, Johnson, Nixon a Ford, en algunos de los más tumultuosos años en la política de Estados Unidos.
El centro de esta vidA es el período entre 1968 y 1977, cuando Kissinger fue Consejero de Seguridad Nacional y Secretario de Estado.
Por si alguien tenía dudas acerca de la credibilidad que tendrá la flamante comisión creada por la Casa Blanca para investigar los "lapsos en la seguridad que permitieron que fueran exitosos los ataques del 11 de septiembre", el presidente norteamericano George W. Bush, nombró nada menos que al ex secretario de estado Henry Kissinger para dirigir la comisión.
Para la mayoría de los ciudadanos del mundo con un poco de memoria histórica y un mínimo de decencia, la elección de semejante personaje es abominable.
Pero si algo caracteriza al gobierno de Bush júnior es su absoluto descaro para revivir las memorias más sórdidas, reciclar a los funcionarios desempleados más reaccionarios e invocar a los burócratas más siniestros y belicosos de la historia reciente de ese país.
La elección de Kissinger para semejante puesto es una expresión más del absoluto desdén con que el gobierno norteamericano trata a la comunidad internacional. O tal vez Bush no se enteró de que el 4 de marzo de 2002 la Interpol pidió a las autoridades británicas que detuvieran a Henry Kissinger durante su estancia en Londres para interrogarlo sobre la investigación de que era objeto Augusto Pinochet.
O no le contaron que Kissinger había sido requerido por las autoridades de otras cinco naciones que visitó (Francia, Dinamarca, Argentina, Chile y Bélgica), en las cuales se habían ya emitido órdenes de detención en su contra, y en cada ocasión se había escabullido con sus influencias.
Una de las razones por las que el gobierno de Washington saboteó la creación de un Tribunal Internacional, fue para evitar que una organización global tuviera el poder de llamar a cuentas a militares y políticos por crímenes contra la humanidad.
Pero mientras el mundo de Kissinger se achica y más gente clama por su cabeza, en Estados Unidos se le sigue presentando como un gran estadista, un sabio en materia de relaciones internacionales y un espectacular asesor gubernamental y corporativo invaluable.
El nombramiento tiene lugar cuando aún está latente la euforia desatada por el periodista Christopher Hitchens, autor del libro The Trials of Henry Kissinger (EE.UU.-Gran Bretaña-Chile, 2002), en el cual se basa el documental del mismo nombre de Eugene Jarecki.
El libro de Hitchens es una recopilación de evidencias que demuestran que Kissinger es un criminal de guerra involucrado, entre otras cosas, en,
la prolongación de la guerra de Vietnam (tras descarrilar las conversaciones de paz de París en 1968)
haber sido el arquitecto de los bombardeos de 1969 contra Camboya (600 mil muertes) y Laos (350 mil)
el asesinato de 500 mil personas en Bangladesh, en 1971, tras el golpe de Estado del general Yahya Khan, armado y bendecido por Estados Unidos
la masacre de más de 200 mil personas en Timor Oriental a manos del ejército de Indonesia en 1975
Por si fuera poco, el problema de la desconfianza que provoca el currículum político del "Premio Nobel de la Paz" (recibido por una paz que no negoció), Kissinger, se trata de un individuo obsesionado con los misterios, los secretos y las conspiraciones (y no aquellas que tienen que ver con extraterrestres sino con golpes de Estado, magnicidios y el saqueo a escala gigantesca de los recursos de las naciones).
El Dr. K es un hombre que, como señala su ex amigo y colega, el articulista William Safire (víctima de la paranoia del doctor Kissinger, que lo espiaba con micrófonos cuando aún eran amigos y colegas), no sabía distinguir entre los secretos del gobierno y su privacidad personal.
Además, uno de los problemas que ni la administración Bush ha podido ocultar es la posibilidad de una cascada de inminentes conflictos de intereses, entre los presuntos involucrados en los actos del 11 de septiembre (como el gobierno Saudita y Kuwaití) y la cartera de clientes de su empresa de asesoría internacional (Kissinger Associates Inc., con domicilio en 350 Park Avenue, piso 26, en Manhattan).
Kissinger declaró que no podía concebir que existiera conflicto alguno, pero, en cualquier caso, la Casa Blanca no pidió al Doctor K que revelara a quién ofrece sus servicios de consultoría.
Internamente, el nombramiento del ex profesor Kissinger parece llevar implícito un llamado a la unidad de parte del grupo más extremista dentro del gobierno (Cheney, Rice, Wolfowitz, Perle), a los sectores mas conservadores cercanos al grupo de poder de la familia Bush (Scowcroft, papá Bush y Eagleburger).
Algunos defienden el nombramiento argumentando que la vasta experiencia de Kissinger en marrullerías, intrigas, omisiones, mentiras y distorsiones lo ubica en una posición privilegiada para descubrir debilidades y culpas. Quizá sea cierto, pero lo importante será saber a quién va a beneficiar que un criminal de guerra tenga en sus manos esa información y ese poder.
Existen numerosas iniciativas que persiguen conseguir su procesamiento ante instancias judiciales internacionales.
Y lo mas importante: la retirada del premio Nobel de la Paz.