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El debate entre las fuentes de financiamiento en momentos de crisis se ve polarizado por posiciones ideológicas sesgadas por sus propios intereses ¿FMI o China? ¿Oriente u Occidente? Todos tienen cola que pisar
Uno de los grandes cismas económicos radica en la forma en la que los países deben operar ante las crisis. Hay que tener claro que la mayoría de invidividuos tienen buenas intenciones. Todos buscan la manera más eficiente de garantizar la superación del bache y alcanzar nuevas etapas de prosperidad y bonanza. También estaremos en que a nadie le gusta acudir a prestamistas externos. Todos preferiríamos que la fuente de nuestro ingreso salga de nuestro propio país, para así no depender de la buena voluntad de aquellos que se volverán nuestros acreedores. Una preocupación que se vuelve más severa cuando se viene del mundo en desarrollo, países cuyo rol en el sistema internacional les ha convertido en el objetivo perfecto para prestamistas sin escrúpulos.
El Fondo Monetario Internacional como "solución"
América Latina tiene una mala relación con uno de los productos de Bretton Woods, el mal afamado Fondo Monetario Internacional (FMI). Conocido por muchos
como un brazo de la política económica de Estados Unidos, debido a la fuerte influencia que este país ha tenido en la organización, muchos latinoamericanos aborrecen la idea de acudir ante esta institución. No es de sorprenderse, la evidencia es clara ante el impacto que tienden a tener las recetas que provienen de esta institución que, como prestamista de última instancia, suele llegar cuando las naciones ya no tienen otra alternativa de ingreso. En 2018, un estudio compuesto por académicos de Alemania, Italia, Reino Unido y Estados Unidos titulado "How Structural Adjustment Programs Affect Inequality: A Disaggregated Analysis of IMF Conditionality, 1980–2014" encontró una correlación entre la participación de el FMI y el aumento de la inequidad en las naciones intervenidas.
Las políticas del FMI, han tenido una fuerte influencia del Consenso de Washington, obligando a los países que requieren sus préstamos a asumir procesos de privatización, recorte de gasto y, durante la mayor parte de su existencia, reajuste fiscal a favor de los grandes capitales de la nación. Con esta receta no era de sorprenderse que los países que acudían al FMI terminasen con naciones desiguales donde los ricos recuperaban su estabilidad a costa del malestar de los sectores más empobrecidos, que veían los pocos programas de atención que recibían recortados y, en muchas ocasiones, con modelos laborales más cercanos a la explotación que al acuerdo entre privados que a muchos les encanta resaltar.
Muchos de los liderazgos políticos de la primera década del siglo XXI se valieron de su rechazo a esta institución y sus políticas como base fuerte de atracción de fánaticos, que había sufrido de los embates de las malas recetas de esta organización. La nueva izquierda latinoamericana tomó al rechazo irrestricto a la participación del FMI en su toma de decisiones como elemento central de su discurso. El efecto fue tal que, en muchas naciones, los representantes del FMI tuvieron que salir forzamente o simplemente no eran bien recibidos ante el gobierno. La noción de esta institución como agente neoliberal le negó el acceso a cualquier instancia política o social en la mayoría de países de Suramérica. Para nuestro pesar, los escándalosos negociados y la falta de capacidad de gobiernos que se vendieron como solución definitiva a todos nuestros males, nos ha acercado al retorno del FMI como un agente de participación directa en nuestras políticas monetarias y económicas.
Sin embargo, la pandemia de COVID-19 parece haber tenido un impacto significativo en la aproximación con la que este organismo ha comprendido la agenda de recuperación global. En sus últimas intervenciones, los representantes del FMI se han mostrado más receptivos a modelos progresivos donde los ricos paguen más en consideración de su acumulación de capital y recursos. Incluso se han abierto espacios para cuestionar el propio modelo estadounidense, un reciente artículo de Heather Boushey publicado en el sitio web del FMI, invitaba a la redistribución de los ingresos en Estados Unidos, algo que hace 30 años podría haberse etiquetado como comunismo. Es más, muchos de los libertarios de redes sociales ya hablan del FMI como una conspiración colectivista y comunista, financiada por Soros. Esto último habla de una transición intersante, aunque difícilmente completa hacia un modelo más compresivo del rol del FMI que no es otro sino el garantizar la estabilidad monetaria global, algo que solo se puede alcanzar a través de la reducción de desigualdades.
Nuevos imperialismos
El malestar que despertó el mal manejo de una política económica orientada a la distribución en cascada, que jamás llegó tuvo un efecto colateral en la corriente heterodoxa de la economía. Así como los políticos y economistas ortodoxos ven con intransigencia la necesidad de recortes, ajustes y privatización, las visiones alternativas satanizan todo intento de moderación económica y participación del mercado de forma independiente a la planificación estatal. Hablar del FMI con sectores de la izquierda se ha vuelto un tabú basado en ideología y carente de parámetros técnicos. Algo así como querer hablar de derechos reproductivos y sexuales en frente de la abuela. Y en esa misma línea, esta visión intransigente ha abierto las puertas a que nuevos modelos de préstamo ganen relevancia.
El crecimiento de la participación de China en la economía global es hoy en día un hecho garantizado e incuestionable, pero que hace siete décadas hubiese sido risible. El colapso del imperio chino debido a la intervensión británica había debilitado a la nación de una manera drástica. Tanto así que la potencia japonesa había sido capaz de dominar a una nación que la superaba en población, dimensiones y acceso a recursos por varias decenas de millones. Muchos tenemos fresca en la memoria los escandalosos crímenes que Alemania cometió en el período de la Segunda Guerra Mundial, pero solemos olvidar los aterradores atentados a los que se vieron sujetos los habitantes de China, una nación que tuvo que superar su propio cisma entre comunistas y liberales, y que también enfrentó sus propios demonios con un Maoísmo del cual se sabe lo que el régimen quiere que se sepa. Tanto así que el partido comunista de hoy en día, a pesar de haber adoptado un modelo capitalista en lo productivo, sigue persiguiendo a aquellos que ideológicamente son ajenos.
China supo revertir sus condiciones de dependencia a un modelo que hoy en día muchos países desarrollados envidian. El anhelo de ser potencia por esfuerzo propio hace que muchos romanticen el avance chino como una alternativa al imperialismo de Estados Unidos. Se mira entonces a China como una alternativa al capitalismo devorador de occidente y se confía en sus avances como algo positivo. Es así como el ascenso pacífico de China también ha sido abrazado debido a la falta de intervención política que caracterizaba a Estados Unidos, nación cargada por una historia de golpes militares, imposición de liderazgos y amante de la guerra como medio de promoción de sus intereses. Tanto así que, desde su fundación, Estados Unidos ha pasado más años en guerra en algún lugar del mundo que en período de paz.
Y aunque hay mucho de cierto, en que China ha sido más prudente con sus formas, tampoco es menos cierto que la estrategia del gigante oriental no está cargada de ambiciones e intereses propios. Las estrategia de inserción de China en el mercado global no están libres de críticas, mucho menos de escándalos. El gobierno del partido comunista ha sido lo suficientemente inteligente como para invertir en naciones con los suficientes recursos naturales como para que, en ausencia de capital para pagar las altas tasas de interés que acompañan sus créditos, los Estados opten por pagar la deuda a través de sus recursos. Esta práctica, que en primera instancia parecía una estrategia inteligente para no depender del FMI, terminó generando una nueva línea de dependencia.
La participación de China en, África, Asia Central, América Latina y el Sur de Asia ha crecido exponencialmente. A través de grandes proyectos de infraestructura, y préstamos sin "mayores condiciones", China pudo llegar a espacios cada vez más distantes, y al mismo tiempo le garantizó acceso a recursos que le permitieron seguir creciendo. Esta rápida expansión despertó el interés de muchos sectores que creían que esta nueva estrategia garantizaría desarrollo para sus nuevos países. Sin embargo, este préstamo sencillo también ha venido acompañado de condiciones que en la práctica terminan siendo menos eficientes que las mismas recetas que lo que solicitaba el FMI.
No se trata solo de las altas tasas de interés, que se vuelven impagables puesto que nunca se alcanza a cubrir el monto del préstamo original, sino también una serie de condiciones técnicas. Obras que deben contar con un alto porcentaje de mano de obra china, la reserva de compra de bienes primarios a costos particularmente bajos, que luego son utilizados para la reventa internacional, baja flexibilidad al momento de renegociar estas deudas, y compromisos que mantienen los acuerdos por debajo del tapete ante los ojos de los habitantes de los países que forman parte del acuerdo, son algunas de las problemáticas que muestra la estrategia de China. Este modelo que terminó siendo aceptado por parámetros ideológicos más que técnicos termina siendo nocivo para las naciones que los aceptan, y se busca perpetuar desde una noción política, sin tomar como referencia la realidad que implica para una nación el comprometer sus recursos naturales a un préstamo impagable.
Soluciones complejas rodeadas de deshonestidad
Con este artículo no se pretende dar una solución definitiva. Querer vender recetas mágicas es propio de aquellos que han abrazado al FMI o a China como dioses benévolos cerrando los ojos al sufrimiento de la gente a sus espaldas, que cargan con la responsabilidad de pagar un préstamo que le corresponde a las malas administraciones de sus gobiernos. La realidad de la política macroeconómica de América Latina y Ecuador no es sencilla y requiere, sobre todo, de puntos medios. La radicalización y polarización política genera más brechas que soluciones. De esta forma se mantiene el péndulo ideológico como ejercicio permanente de autosabotaje. La izquierda esperando a que falle la derecha y la derecha trabajando para que falle la izquierda, y viceversa.
La estrategia para alcanzar el desarrollo debe estar acompañada de parámetros técnicos encontrar las mejores condiciones para superar la crisis no es una decisión que debe basarse en las preferencias ideológicas. Si en algún momento el FMI ofrece mejores condiciones habrá que aceptarlo, y si para otros proyectos China nos permite encontrar la salida bienvenida sea. Bienvenido sea también el debate, la búsqueda de nuevas ideas y alternativas. Eso nos permite aprender y reconocer nuestros propios errores y vacíos. A dejar de lado, eso sí, a los charlatanes que se venden a sí mismos como mesías y sabios cuya opinión irrefutable es la única fuente de conocimiento.
Mercaderes cuya agencia está en defender una sola corriente a la espera de una oferta de trabajo en el gobierno de su corriente, y que operan el resto del tiempo como desestabilizadores de aquellos que no opinan en su misma línea. Esa gente cuyo único mérito es acumular capital social entre sus aliados es la misma gente que se lavará las manos cuando sus propuestas fallen por carecer de nociones básicas. Incluso aquellos que solo están para adular son menos peligrosos, porque cuando los errores lleguen simplemente se cambiarán de bando.
Así que no, la dialéctica entre FMI y China no es una entre el bien y el mal. Ambas fuentes de ingreso tienen sus propias cargas y sus propios intereses. Asumir esta realidad debe servirnos para planificar mejor nuestras estrategias. Entender que nuestra posición desventajosa en la cadena de valor global nos hace vulnerables es también motivo para prepararnos aún más, porque seguramente esa es la única forma en la que podremos superar nuestros baches autoimpuestos y delegados. Aplaudir un imperialismo mientras se cuestiona el del vecino no es muy distinto a aquel caballo que en el parque lleva anteojeras para ver solo lo que el jinete desea.
2021 llega cargado de desafíos económicos. Y la toma de decisiones debe ser ágil y técnica. Priorizar la reducción de desigualdades es un dogma del cual no me puedo desprender. Pero es que la teoría y la evidencia nos demuestran que las brechas políticas, sociales y económicas, terminan por entorpecer cualquier intento de política, por más bienintencionada que sea. Tomar acciones que en el largo plazo sean las apropiadas, aunque nos reste popularidad en el corto plazo es una obligación de cualquier estadista.