Me hace mucha gracia que en numerosas películas, series y productos de ficción de toda índole, cada vez que aparecen niños en clase de ciencia, les toque diseccionar animales. Espero que no sea el único que se ha dado cuenta de eso, porque es algo de lo más habitual. Es más, lo he visto tanto que para mí se ha convertido en eso que en el arte, y sobre todo en literatura, se conoce como “lugar común”. Un lugar común es, por definición, una escena o situación muy repetida, por mucho que cada creador lo presente bajo diversas formas. Y una forma muy habitual del lugar común del que estamos hablando es la de los años cincuenta o sesenta. Sí, parece que los niños de mediados del siglo XX eran muy aficionados a la disección como materia de aprendizaje en el colegio.

A mí, la verdad, la palabra “disección” me parece preciosa. Hay algo en su fonética, algo que te está diciendo que diseccionar no es cortar. Una fluidez, una suavidad, que indica que una disección requiere mucha más precisión y técnica, porque lo que estamos haciendo es analizar y no abrir en canal algo por el mero hecho de disfrutar. Por eso me encanta usar esa palabra en mi trabajo, el de técnico reparador de aparatos eléctricos, cada ve que tengo que abrir y, literalmente, diseccionar un televisor, una torre de ordenador o una cámara. Hablando de cámaras, me gusta especialmente abrir las cámaras de vigilancia porque, aunque teóricamente siguen siendo cámaras, tienen un añadido interesante de Inteligencia Artificial y detección, y eso me encanta.

Es el mismo motivo por el que también disfruto diseccionando alarmas de seguridad y otros tantos instrumentos de domótica. Si me encanta mi trabajo es precisamente por motivos como este; porque, en efecto, puedo aprender mucho de la estructura interna de un aparato tecnológico. Y yo, créanme, no sabía nada sobre esto de la vigilancia antes de empezar con los aparatos de este ámbito. Ahora sí, naturalmente, y me ha cautivado tanto el asunto que incluso me estoy planteando comprarme una cámara.

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