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Un LP historico que guarda el secreto de una época en la vida de Felipe Pirela que pocos conocen
Dos semanas antes de perder la vida – incluso a la misma hora - el 15 de junio de 1972, Felipe Pirela se encontraba en el “Good Vibration Studio” de New York grabando su producción número veintidós para el sello Velvet. Eran las diez de la mañana y lo acompañaban en la cabina, el ingeniero de grabación y mezcla Johnn Fausti, Roberto Pagé, gerente de la disquera en Puerto Rico y el pianista Javier Vásquez, quien junto a Ray Santos y Jorge Millet, se encargaron de los arreglos musicales que lo harían lucir totalmente renovado. En lugar del tradicional Big Band que lo respaldaba desde la época de Los Peniques, ahora, un combo de dos trompetas e igual número de trombones, ritmo completo y la guitarra eléctrica de Vincent Bell, daban marco a su voz y lo acercaban al nuevo concepto sonoro de la música latina que había encontrado en la palabra “salsa” un exitoso ardid comercial.
“Es una de las mejores orquestas de New York, la Velvet se botó”, dijo Pirela horas más tarde al volver a Puerto Rico donde estaba residenciado desde 1971. La mayoría de los músicos que integraban esta banda pertenecían a “Los Cachimbos” de Ismael Rivera. Pirela tenía arraigo entre los salseros, de no haber ocurrido la tragedia es probable que El bolerista pasara a formar parte de la corporación Fania Record, pues no contaban en su catálogo con un cantante netamente romántico (con los méritos de Felipe) capaz de vender miles de discos. Un detalle curioso de este larga duración, es la insistencia de Pirela en incluir el bolero “Mi complejo” de Juanito Arteta, con el cual ganó el concurso “La puerta de la fama” en Ondas del Lago TV canal 13 en 1958. La sección de grabación concluyó al caer la tarde. Felipe al escuchar el play back quedo satisfecho y convencido de haber logrado el mejor de sus discos. Su voz reflejaba la calma y la serenidad que no tenía en su vida privada.
Rumbo al aeropuerto vio por última vez a Felipe Jr. su hijo de 5 años que vivía en New York. Por la noche cantó en San Juan en el club “Los Violines” y ceno con su representante Paquita Berio, una mujer alta de cabello de amarillo con la cual además mantenía una relación afectiva. Según Paquita, tenían planes de casarse, pero para muchos era un matrimonio a conveniencia, pues Pirela quería obtener la residencia en Estados Unidos donde lo esperaba una apretada agenda de actuaciones. Los días por venir fueron erráticos, nunca vería su álbum en las tiendas ni cantaría otro set después de la madrugada del dos de julio. Sólo quedaría el registro histórico de su voz en esas últimas diez canciones que todavía guardan el secreto de una época de su vida que pocos conocen.