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Pablo Arilla, tenía una imaginación desbordante, y por eso le encantaba escribir pequeñas historias, con las que pasaba el tiempo, y por cierto, muy entretenido, ya que uno de los objetivos más importantes de su vida, era sobre todo no aburrirse, una actividad que se había convertido para Pablo, en algo tan importante, como beber (agua y alcohol), comer, leer, correr, y otras cosas más que acababan en er.
La gente que leía sus historias, le preguntaba si todo lo que escribís, salía de su imaginación, y él que era una persona muy sincera, siempre decía, que su cerebro jugaba un papel muy importante para desarrollar su capacidad creativa, pero con eso no era suficiente, ya que su inspiración siempre se veía alimentada hasta la saciedad, por todo lo que la realidad de su día a día le inspiraba. De ahí, que una gran parte de los personajes que aparecían en todo lo que escribía, eran seres reales, de carne y hueso, desde corruptos a sinvergüenzas, pasando por ladrones, evasores de impuestos, criminales, maltratadores (de personas, y de animales, que para el caso es lo mismo, quien le da una patada en el hocico a un perro, es muy probable que haga lo mismo en la boca de un ser humano), traficantes (de todo), explotadores, pederastas, narcotraficantes, secuestradores y una lista más larga que la de los Reyes Godos.
Pablo Arilla, tenía pues, material de sobra para seguir escribiendo sin parar pues sumando su imaginación a la realidad del mundo actual, las historias, salían imparables de las teclas de su ordenador, como si este se hubiera convertido en una churrera.