A veces es curioso pensar cuánta gente existe en el mundo con valores éticos y morales tan importantes y tan necesarios pero que se ven (o nos vemos, porque considero que entro en ese grupo) tan distantes, tan distintos, de éste mundo en que vivimos.

Cuando uno/a es niño/a se nos hablaba de compartir, de no pelear... en fin, de esas tantas cosas que se le dice a los niños y las niñas como una especie de normativas de convivencia. Sin embargo, el mundo que se nos ofrece, o se nos dibuja, distan mucho del mundo que al crecer recibimos.

Algunos casos que me han llamado la atención, más que otros, son los que me llevan a esta reflexión:

• Me crié para un mundo en el que debe exigirse y ofrecerse paz, pero vivo en una sociedad donde pareciera que la violencia es el mecanismo más efectivo para participar posiciones propias.
• Me crié para un mundo en el que lo que se recibe debe merecerse, pero vivo en una sociedad donde la trampa y el facilismo son actos y actitudes hechas costumbre.
• Me crié para un mundo en el que la cortesía es un bien preciado, pero vivo en una sociedad en la cual la consideración por los/as demás queda en un segundo puesto.
• Me crié para un mundo en el que la galantería y la caballerosidad eran herramientas para cortejar a una mujer, pero vivo en una sociedad en la que la banalidad y los sentimientos superficiales son los ingredientes más repetidos en el menú.
• Me crié para un mundo en el que los sentimientos se valoran detenidamente, pero vivo en una sociedad en la que el encuentro íntimo se refiere sólo a lo carnal y no a la fusión del cuerpo y el sentimiento.
• Me crié para un mundo de entrega, y vivo en una sociedad en la que el compromiso es temido.

Pareciera inevitable creer que este es una sociedad ajena a mí, donde el que quiere ver y hacer el mundo de manera distinta es la excepción y no la norma, donde querer mantener vivos los principios y valores que alguna vez estuvieron presentes te hacen ser de otra época, de otro sitio. Pareciera que me crié para un mundo equivocado.