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Cuando lo vemos incapaz de justificar su incompetencia sentimos una sincera lástima por el pobre infeliz y por el país que le permite arruinarlo y destruirlo con total complacencia
Cuando se analiza con ojos desprejuiciados el balance de la actuación de Hugo Chávez cómo Presidente de Venezuela en estos ya largos casi once años, una profunda y compasiva sensación de lástima se nos atraganta en la garganta. ¡Cuantas expectativas defraudadas! ¡Que pésimos resultados! ¡Casi un millón de millones de dólares dilapidados! Un empeño enloquecido y enloquecedor de repetir una y otra vez los mismos errores que llevaron a la ruina a muchas naciones y destruyeron la vida y las esperanzas de centenares de millones de personas.
Su capacidad de hacer daño, de causar sufrimiento, de arruinarle la vida a la gente parece ser infinita. Desde la Costa Oriental del Lago, las industrias de Guayana, el Táchira especialmente la zona fronteriza con Colombia, el Valle del Turbio y otras zonas del país, se cuentan por centenares de miles los hogares condenados a la miseria por obstinadas decisiones de un gobierno cegado por un afán destructor, que pretende igualar las locuras de Mao y Stalin de imponerle a la gente de China y la Unión Soviética modos de vida contrarios a los de su conciencia y libre albedrío.
Cuando en Colombia, en Brasil, en Perú y el Golfo de México se anuncian descubrimientos de gigantescos yacimientos de petróleo liviano, los cacareos gallináceos de Chávez denunciando que los Estados Unidos nos quieren invadir para apropiarse de nuestro petróleo suenan desquiciados. Calla impúdicamente sus relaciones casi carnales con el narcoterrorismo.
Culpa a todo y a todos, menos a él, por supuesto, de la interminable lista de desgracias que acogotan a la Nación
Culpa a todo y a todos, menos a él, por supuesto, de la interminable lista de desgracias que acogotan a la Nación. Es incapaz de reconocer que su manía de ocuparse de los problemas y necesidades de otros países a expensas del dinero indispensable para solucionar las dificultades que sufrimos los venezolanos. Cualquier excusa es buena para distraer la atención sobre su estrepitoso fracaso y de la ira creciente que ya empieza a asomarse por todos los rincones del país hacia su gobierno y hacia él mismo.
Cuando lo vemos, incapaz de justificar su incompetencia, escudándose en improperios, insultos y excusas infantiles sentimos una sincera lástima por el pobre infeliz y por el país que permite ser arruinado y destruido con tanta complacencia.
Jorge Ramírez Fernández
8.323.315
e-mail: jorgeramirezfernandez@hotmail.com
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