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Cuando la guerra civil que azota Siria llegó a las calles del barrio donde vive Joseph Mghazi, este hombre hizo caso omiso a las súplicas de sus vecinos de que dejara de jugar backgammon en la calle y se escondiera. Vuelta la calma, no se arrepiente.
"Seguimos sentados en la calle jugando backgammon cuando llovían los obuses a nuestro alrededor", dijo tranquilamente el hombre de 73 años a la AFP, relatando cómo vivió el asalto de los rebeldes contra la plaza de los Abasí, que fue repelido por el ejército después de una semana de combates.
"Los vecinos nos imploraban que nos escondiéramos en un lugar seguro, pero no los escuchábamos", dijo, con un lápiz y un papel en el bolsillo de la camisa para ir marcando los resultados.
"Incluso hay una patrulla del ejército que pasó en nuestra calle y se detuvo para mirarnos jugar y después siguió para irse a luchar", dijo con orgullo este jubilado vestido con camisa a cuadros y tirantes.
Desde el barrio de Jobar, una zona adyacente a la Plaza de los Abasi, las fuerzas rebeldes lanzaron el 19 de marzo un asalto por sorpresa contra las tropas del gobierno apostadas en el este de Damasco.
La simbólica plaza, que recuerda al califato sunita Abasí (750-1258), se convirtió en un campo de batalla, obligando a cerrar los colegios y llevando a la población a guarecerse. Las calles quedaron vacías.
Pero Joseph Mghazi se mantuvo estoico. "Un mortero cayó ahí pero por suerte no explotó", dijo señalando con el dedo.
"Algunos proyectiles perforan las casas, lo que prueba que quedarse en casa no garantiza que uno vaya a escapar a la muerte", agregó desatando las risas de sus compañeros de juego.
Después agregó: "Tengo 73 años. No me queda mucho tiempo, entonces tengo la intención de disfrutar y no tener miedo".
- Mi deber -
La mayor parte de la capital siria permanece en manos del gobierno y no ha sufrido la violencia que ha arrasado al país desde que en 2011 una revuelta pacífica desembocó en una guerra civil compleja.
Pero los combates que siguieron al asalto de los rebeldes, la semana pasada, causaron la muerte a 115 insurgentes y 82 miembros de las fuerzas del régimen, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH).
Pese a los combates, Usma Kastun no cerró su minimercado cercano a la Plaza de los Abasí. Ahora se dedica a limpiar el polvo depositado sobre los artículos que quedan en su tienda. Una foto del presidente Bashar al Asad adorna el local.
"Yo soy el único que quedó abierto porque sentía que era mi deber proveer de alimentos y de verduras a la gente del barrio", contó.
Para llevar la mercancía a la tienda tuvo que escapar a los francotiradores, usando un vehículo del ejército para cruzar la plaza y después un carro hasta la tienda.
"Era muy riesgoso pero había que hacerlo", aseguró este lunes.
Pero otros habitantes como Myrna, de 34 años, se vieron obligados a huir. Desde su coche examina los daños que sufrieron las casas de sus vecinos antes de dirigirse lentamente hacia la suya.
"Vine para inspeccionar la situación. Me fui de la casa al comienzo de la batalla porque los combates se desarrollaban a 100 metros de mi hogar. Tengo una niña de unos pocos meses y no podía dejarla en medio de los combates y de los bombardeos", contó la mujer.
No muy lejos, Firas, de 15 años, aprovecha la calma para jugar al fútbol con sus amigos en una calle que habitualmente está llena de coches.
"Hoy fui a la escuela, pero sólo éramos diez", explicó. "El profesor nos dijo que volviéramos mañana y les dijo a mis compañeros que volvieran también porque los combates terminaron", sentenció.