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Los artistas turcos denuncian crecientes presiones del poder islamo-conservador, ilustradas en la retirada de un conocido pianista ateo del repertorio oficial, la eliminación de las alusiones sexuales de una obra de teatro o una ley sobre la financiación pública de la cultura.
El caso de Fazil Say es seguramente el más emblemático de esta creciente política reprochada al omnipresente presidente Recep Tayyip Erdogan.
Mundialmente conocido, el pianista copó titulares al ser juzgado por una serie de tuits airados y burlones contra el islam.
Su condena en 2013 a diez meses de cárcel con suspensión de pena por "injurias a los valores religiosos" suscitó protestas en todo el planeta.
Unos meses después, el gobierno le infligió una segunda pena al retirar tres de sus obras del repertorio de la Orquesta Nacional Presidencial.
El ministerio de Cultura rechazó las acusaciones de censura de Fazil Say y solicitó al compositor Muamer Sun que lo reemplazara, cosa que rechazó por solidaridad artística con su compatriota.
"Considero la retirada de las obras de Say del programa de la orquesta como una intrusión (política) en el arte y me opongo", afirma Sun.
Este músico aplaude a Say por "no dudar en expresar sus convicciones cuando es necesario" y reprocha al gobierno que dirige Turquía desde 2002 de "concebir las artes únicamente bajo una perspectiva islámica".
Sun afirma además que incluso el Imperio Otomano, muy religioso, era más tolerante frente a la tortura que el actual gobierno. "En 1850, había una ópera en el palacio de los sultanes (...) Nuestros dirigentes actuales no conocen la historia, son ignorantes", agrega.
Al fundar la República turca moderna y laica en 1923, Mustafá Kemal Ataturk fijó como objetivo para su país alcanzar "el nivel de las civilizaciones contemporáneas". Apasionado del arte occidental, creó un conservatorio nacional de música, una escuela de danza y promovió una ópera turca que hizo su primera representación en 1934.
- Amenazas -
Desde su llegada al poder, Erdogan no ha escondido su intención de recuperar las tradiciones islámicas de su país.
El mes pasado, lamentó que los estudiantes turcos conozcan perfectamente a Albert Einstein o Ludwig van Beethoven pero sean incapaces de nombrar a un científico o a un músico musulmán.
Desde hace varias semanas, un nuevo proyecto de ley presentado por el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo suscita inquietud. Si es aprobado, un consejo de once miembros nombrados por el gobierno será el encargado de atribuir las subvenciones públicas a la cultura.
"Es inaceptable. Para eso, mejor dejar entrar a los políticos en los teatros y que actúen ellos mismos", fustigó Tamer Levent, presidente de la Fundación de artistas de teatro, ópera y ballet.
Exdirector del departamento de artes del escenario de la Universidad estatal Hacettepe de Ankara, Muride Aksan considera que el texto constituye claramente una "amenaza para la danza".
"El ballet no puede existir ni desarrollarse sin el respeto de su tradición", asegura.
Los rifirrafes entre los poderes públicos y los artistas son frecuentes. El año pasado, Mustafá Kurt dejó la dirección de teatros estatales después de que el ministerio postergara el estreno de una obra de Goethe para asegurarse de que el texto había sido limpiado de su contenido "vulgar" y de sus referencias sexuales.
"Existe el temor de que las obras de Shakespeare o Goethe acaben desapareciendo de los teatros", se indigna Kurt. "Una Turquía que se aleja de los valores universales del arte no aportará nada bueno, ni al pueblo turco ni al resto del mundo".
Muride Aksan anticipa las mismas dificultades para la danza clásica, debido a las discretas presiones ejercidas por las autoridades. Y cita "interferencias sobre todo en la vestimenta, que recuerdan una censura y una autocensura totalmente inaceptables en el siglo XXI".
"El gobierno debería comprender que el desarrollo de un país no sólo reposa en la economía, sino también en la ciencia, la cultura y el arte", defiende.