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En las elecciones de mayo de 1974, tras derrotar en la segunda vuelta a François Mitterrand, Valéry Giscard d'Estaing se convierte en el tercer presidente de la Quinta República Francesa. En octubre de 1979, cuando faltaba poco más de medio año para las próximas elecciones presidenciales, el semanario satírico Le Canard enchainé destapó el famoso escándalo de los diamantes. Giscard d'Estaing era defensor y amigo personal de Bokassa I, el estrambótico emperador de la República Centroafricana y, en consecuencia, le ayudaba económica y militarmente con toda generosidad.
El voluble mandatario africano pagaba estos favores, invitando al presidente francés a frecuentes cacerías en el corazón de África y con magnánimos regalos de diamantes. Tanto Giscard d'Estaing, como los medios de información afines al poder, reaccionaron muy torpemente al pensar que, aplicando la acostumbrada 'ley del silencio', este episodio sería olvidado muy pronto por el electorado francés. Pero no fue así. El extraño affaire de los diamantes comenzó a ser profusamente aireado por un diario independiente tan importante como Le Monde, lo que llevó a Valéry Giscard d'Estaing a perder las elecciones presidenciales de 1981.
De todos los presidentes de la Quinta República Francesa, Valéry Giscard d'Estaing ha sido, con mucho, el más nefasto para España y, cómo no, para Francia y para todo el mundo occidental. Se comportó de manera infame con el Gobierno de la recién restaurada democracia española, al permitir que los etarras se movieran por suelo galo con total impunidad. Fueron los 'años de plomo' de la banda terrorista vasca, que atentaba en España y, a continuación, buscaban refugio en Francia. Durante el año 1980, por ejemplo, los terroristas de ETA asesinaron alevosamente a 92 personas inocentes, estableciendo una media de casi ocho muertes mensuales. Y a pesar de la barbarie etarra y de la brutalidad de sus actos, el Gobierno galo se negaba, una y otra vez, a colaborar con las autoridades españolas para acabar de una vez con ese sanguinario terrorismo.
El inquilino del Palacio del Eliseo ni se dignaba escuchar las quejas que llegaban del otro lado de los Pirineos. Aunque el santuario de la banda terrorista ETA estaba de aquella en suelo francés, Giscard d'Estaing se disculpaba incomprensiblemente diciendo que se trataba de un asunto interno de España y que, por lo tanto, era el pueblo español y sus instituciones políticas las que debían resolver el problema. En más de una ocasión, acusó abiertamente a las autoridades españolas de excederse con los castigos que imponían a los líderes del movimiento etarra. Recientemente ha querido justificar su actuación de entonces con respecto a ETA, alegando que, de aquella, los tribunales franceses no podían intervenir, porque los documentos que llegaban de España, o "eran muy imperfectos", o no aportaban pruebas concluyentes.
No cabe duda que a Valéry Giscard d'Estaing, mientras fue presidente de la República Francesa, le faltó olfato político y, en consecuencia, cometió errores de bulto difíciles de perdonar. Uno de ellos, proteger intencionada y descaradamente a ETA para perjudicar a España. El resultado no se hizo esperar; los etarras se crecieron y, envalentonados, extremaron su barbarie y su crueldad, ocasionando muchas lágrimas.
El dirigente galo, que despreciaba a los españoles, sentía también envidia de los ingleses y, sobre todo, de los estadounidenses. Le molestaba profundamente que se lucraran del petróleo iraní por su amistad con el "Rey de Reyes", el sha Mohammad Reza Pahlavi. Y decide aguarles la fiesta. Sin mucho disimulo, Giscard d'Estaing se puso del lado de los revoltosos clérigos chiís que, dirigidos por el ayatolá Ruhollah Musaví Jomeini, organizaban continuas revueltas contra el régimen. Estaban totalmente en contra de los planes de modernización de Persia. Consideraban que la denominada "revolución blanca", que incluía, entre otras cosas, el sufragio femenino, la alfabetización de todos los ciudadanos persas, era algo insultante para el Islam. y no estaban dispuestos a tolerar esa occidentalización de su país.
Las manifestaciones contra el sha Reza Pahlavi eran cada vez más multitudinarias y violentas. Para el mesiánico ayatolá Jomeini, el sha era la encarnación misma del propio Satán. Y cuanto más crecían las protestas, más cruel y salvaje era la represión de la SAVAK, el grupo policial que vigilaba de cerca las actividades de la población civil. Detuvieron al indómito ayatolá Jomeini, que destacaba precisamente por la dureza de sus ataques contra el sha y a su Gobierno. Le obligan a exiliarse, marcha a Turquía en 1964 y, en octubre de 1965, se refugia en Irak, en la ciudad santa chiita de Al-Nayaj, donde permaneció hasta 1978. Durante todo ese tiempo, continuó atacando al régimen del sha con sus discursos, que llegaban subrepticiamente a su país en cintas de casetes.
Presionado por el monarca persa, Saddam Hussein se ve obligado a expulsar al imam Jomeini de Irak. Y es entonces, en octubre de 1978, cuando comienza el juego sucio del presidente de la República Francesa, para acelerar la caída del sha Reza Pahlavi. Haciendo caso omiso de las recomendaciones del servicio secreto francés (DST), que se oponía a la entrada de Jomeini en Francia, Giscard d'Estaing accede gustosamente a que se instale en el suburbio parisino de Neauphle-le-Château.
Desde ese confortable domicilio, el testarudo clérigo iraní continuó con su guerra particular contra el sha de Persia. Custodiado día y noche por la gendarmería francesa para evitar que la policía política del sha atentara contra su vida, el ayatolá Jomeini se dedicaba tranquilamente a organizar la famosa revolución islámica que, con el tiempo, sacudiría peligrosamente a todo el mundo. Tenía plena libertad de movimientos. Lo mismo organizaba ruedas de prensa con todas las cadenas internacionales, que hacia llamamientos a la yihad, a la guerra santa contra Israel, que grababa proclamas incendiaras contra el sha y su Gobierno, que eran transmitidas clandestinamente por radios en Irán.
Los continuos tumultos y revueltas, las huelgas que asolaban el país iban minando poco a poco la moral del régimen. Y por fin, el 16 de enero de 1979 el sha Reza Pahlavi tira la toalla, se rinde y huye precipitadamente a Egipto. Pocos días más tarde, el 1 de febrero, el ayatolá Jomeini regresa a Teherán en un vuelo fletado para la ocasión por Air France. Una vez dominados los últimos reductos de tropas leales al monarca, instaura la República Islámica de Irán, que fue avalada en referéndum, según datos oficiales, por el 99, 9% de la población.
Es evidente que, sin la colaboración absurda de Valéry Giscard d'Estaing, Jomeini no habría podido establecer en Irán ese régimen teocrático tan radical, que se fue extendiendo, primero a Sudán y a Argelia y, después, a otras partes del mundo. Al calor de la revolución implantada por el ayatolá Jomeini en Irán, nacieron organizaciones fundamentalistas tan peligrosas como Hezbolá y Al-Qaeda, que han sembrado el miedo y la preocupación en todo el mundo occidental.
Y gracias a la inestimable ayuda que Valéry Giscard d'Estaing prestó al inconformista clérigo chií para implantar en Irán el estado islámico, Francia se llenó, treinta y seis años más tarde, de centenares de células yihadistas, dispuestas todas ellas a dar su terrible zarpazo terrorista, como ocurrió recientemente en los locales del semanario satírico francés Charlie Hebdo y en la tienda de comida judía.
Gijón, 21 de enero de 2015
José Luis Valladares Fernández